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martes, 20 de marzo de 2012

Puntuación


  
       De los textos a continuación se te presentan, realiza la corrección correspondiente a los signos de puntuación, que creas adecuados.

1er ejercicio, de un cuento de Horacio Quiroga:
“El almohadón de plumas”
 
pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones confusas y flotantes al principio y que descendieron luego a ras del suelo la joven con los ojos desmesuradamente abiertos no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama una noche se quedó de repente mirando fijamente al rato abrió la boca para gritar y sus narices y labios se perlaron de sudor Jordán Jordán clamó rígida de espanto sin dejar de mirar la alfombra Jordán corrió al dormitorio y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror soy yo Alicia soy yo

 2do ejercicio, de un cuento de Edgar Allan Poe: 
 “El corazón delator”
 
es cierto siempre he sido nervioso muy nervioso terriblemente nervioso pero por qué afirman ustedes que estoy loco la enfermedad había agudizado mis sentidos en vez de destruirlos o embotarlos y mi oído era el más agudo de todos oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo muchas cosas oí en el infierno cómo puedo estar loco entonces escuchen y observen con cuánta cordura con cuánta tranquilidad les cuento mi historia me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez pero una vez concebida me acosó noche y día yo no perseguía ningún propósito ni tampoco estaba colérico quería mucho al viejo jamás me había hecho nada malo jamás me insultó su dinero no me interesaba me parece que fue su ojo sí eso fue tenía un ojo semejante al de un buitre un ojo celeste y velado por una tela cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre y así poco a poco muy gradualmente me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre

3er ejercicio, de un cuento de Guy de Maupassant:                                                        
“Bola de Sebo”
 
la mujer que iba a su lado era una de las que llaman galantes famosa por su abultamiento prematuro que le valió el sobrenombre de Bola de Sebo de menos que mediana estatura mantecosa con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las falanges como rosarios de salchichas gordas y enanas con una piel suave y lustrosa con un pecho enorme rebosante de tal modo complacía su frescura que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa su rostro era como manzanita colorada como un capullo de amapola en el momento de reventar eran sus ojos negros magníficos velados por grandes pestañas y su boca provocativa pequeña húmeda palpitante de besos con unos dientecitos apretados resplandecientes de blancura poseía también a juicio de algunos ciertas cualidades muy estimadas en cuanto la reconocieron las señoras que iban en la diligencia comenzaron a murmurar y las frases vergüenza pública mujer prostituida fueron pronunciadas con tal descaro que le hicieron levantar la cabeza fijó en sus compañeros de viaje una mirada tan provocadora y arrogante que impuso de pronto silencio y todos bajaron la vista excepto Loiseau en cuyos ojos asomaba más deseo reprimido que disgusto exaltado

Solución

1er ejercicio, de un cuento de Horacio Quiroga:
“El almohadón de plumas”
       Pronto, Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldó de la cama.
Una noche se quedó de repente mirando fijamente, al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
       -¡Jordán! , ¡Jordán!- Clamó, rígida de espantó sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio y al verlo aparecer, Alicia dio un alarido de horror.
       -¡Soy yo, Alicia, soy yo!-

 2do ejercicio, de un cuento de Edgar Allan Poe: 
 “El corazón delator”

       ¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
       Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

 3er ejercicio, de un cuento de Guy de Maupassant:                                                          
 “Bola de Sebo”
        “La mujer que iba a su lado era una de las que llaman galantes, famosa por su abultamiento prematuro, que le valió el sobrenombre de Bola de Sebo; de menos que mediana estatura, mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las falanges -como rosarios de salchichas gordas y enanas-, con una piel suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa. Su rostro era como manzanita colorada, como un capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros, magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa, pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecitos apretados, resplandecientes de blancura.

       Poseía también -a juicio de algunos- ciertas cualidades muy estimadas.

       En cuanto la reconocieron las señoras que iban en la diligencia, comenzaron a murmurar; y las frases "vergüenza pública", "mujer prostituida", fueron pronunciadas con tal descaro, que le hicieron levantar la cabeza. Fijó en sus compañeros de viaje una mirada, tan provocadora y arrogante que impuso de pronto silencio; y todos bajaron la vista excepto Loiseau, en cuyos ojos asomaba más deseo reprimido que disgusto exaltado.”


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